2 de marzo de 2014

APÓSTROFES (de Almafuerte) [Al hombre, a la humanidad]

APÓSTROFES 

(Escrito por Almafuerte, al hombre, a la humanidad)

I

    Yo sé bien, que dos razones,
    -Dos tendencias, dos pasiones-
    Se conflictan o se besan,
En el campo de tu pecho, sin cesar:
    El furor de lo apremiante
    Del minuto, del instante,
    Y el fervor de lo intangible
Lo mediato, lo después, lo más allá.
    Como el tallo de la hiedra,
    Que no sube por la piedra
    Solamente con los garfios
De su breve, de su múltiple raíz;
    Porque salva las distancias
    Con las guías de sus ansias
    Con los brotes de sus sueños
Con las alas de su instinto de subir.

II

    Yo sé bien que muchas veces.
    Tú vacilas, tú decreces.
    Por exceso de cualquiera
De las dos aspiraciones de tu ser;
    Pues el hombre verdadero
    Ni es deleite, todo entero,
    Ni es, tampoco, todo fiebre.
Todo anhelos inauditos de ascender...
    Como el tallo de la hiedra.
    Que se dobla y se desmedra.
    Si le faltan en el muro
Circunstancias aparentes de arraigar
    Y el placer y las pasiones
    Serán siempre los arpones
    Con que vayas escalando
La divina, la suprema claridad.

III

    Yo sé bien, que muchas veces,
    Ni aprovechas, ni mereces,
    Los progresos de que gozas.
Magnos, buenos y seguros, desde Adán;
    Pues te invade la locura
    De ostentar tu investidura.
    Cual un sol que no supiese
Nada más que relucir y deslumbrar.
    Pues te colmas del ardiente
    Fanatismo del presente,
    Sin pensar que te ha tocado,
De las épocas humanas, la peor,
    En que todos van vacíos,
    Van inertes y van fríos,
    Como témpanos del polo,
¡Cual burbujas irisadas por el sol!

IV

    Sin mirar, sin haber visto.
    Que ser hombre, ya es ser Cristo;
    Que ser Cristo, ya es ser sabio;
Que ser sabio, ya es ser luz de Jehová;
    Que ser Él, o su destello
    Ya es ser justo, manso y bello;
    Que ser bello, manso y justo.
Ya es ser viva negación de vanidad;
    Que los vanos van vacíos.
    Displicentes y sin bríos,
    Como barcos errabundos
Sin el lastre, sin la carga de la fe;
    Que sin fe, todo se cierra
    Por el aire y por la tierra.
    Cual pupila temerosa
¡Tras el párpado brutal de lo soez!

V

    Sin mirar, sin haber visto,
    Que ya todo estaba listo
    Sendos miles de centurias
Más atrás de tu presencia baladí;
    Que tus raras invenciones
    No son más que proyecciones:
    Los capullos que se abren
¡Y los frutos que se cuajan para ti!
    Peregrino que reposas.
    Por la fuerza de las cosas.
    Donde mismo se desatan
Las guedejas cristalinas del raudal...
    Del raudal apetitoso
    Que ha venido silencioso
    Por los senos de la tierra,
¡Con las ansias inefables de brotar!

VI

    Que tu alma, que tu día,
    Van preñados, todavía.
    Del primer fecundo beso
Del primer fecundo labio creador;
    Y aquel beso fue tan hondo,
    Que ha lanzado al mismo fondo
    De los siglos de los siglos
Su profunda, generosa radiación.
    Pues habrás perdido el nombre,
    Serás ángel, más que hombre,
    Correrás, en un segundo
De una estrella en otra estrella, sin caer,
    Y aquel fúlgido progreso
    Será el hijo de aquel beso.
    Será un punto de las ondas
¡Que aquel ósculo vibró, la primer vez!

VII

    Yo sé bien que vas lanzado.
    Cual un bruto desbocado
    Que las bridas no sujetan,
Y a quien deja el conductor de gobernar,
    Aguardando vigilante,
    Que vencido, jadeante.
    Se desplome, de rodillas.
¡Faz a faz del infinito, el animal!
    Porque Dios, como el auriga
    Cuenta más con tu fatiga
    Que con ese frágil freno.
Que con esa turbia luz de tu razón;
    Y ha sacado del hastío.
    Como al mundo del vacío,
    Los estados más hermosos.
Los destellos más sublimes de tu yo.

VIII

    De tu yo, que rompe y deja,
    Cual un sol que se despeja,
    La prisión de unos sentidos
Que no saben ciertamente lo que ven,
    Y fulgura justiciero,
    Cual un rey sin consejero,
    Cual un soplo todo libre
¡Que no tiene resistencias que vencer!
    Tan lucífero, tan claro
    Como él mismo, cual un faro
    Cuya bomba de colores
Destrozó con su violencia, el huracán;
    Tan profundo, tan vidente,
    Que partiendo del presente,
Desde un polo al otro polo
¡Surcaría, de una vez, la eternidad!

IX

    Juicio libre, juicio puro.
    Matemático, seguro.
    Como rectas ideales
Que cruzaran los abismos de zafir.
    Como van por el vacío
    Sin retardo ni desvío,
    Los pedruscos y los bronces
¡Y el vellón y la pelusa más sutil!
    Misma luz, misma potencia
    Misma vida, misma ciencia
    Misma ley del Universo,
Mismo bien, misma razón, misma verdad,
    Que cayeron fulminados.
    Luminosos, imantados,
    Cual recónditos conjuros.
Por los tiempos de los tiempos, en Adán.

X

    Yo sé bien, que Dios ha puesto,
    Cual un doble muro enhiesto,
    Los zarzales dolorosos
Que flanquean, palmo a palmo, tu carril;
    Que debajo de tu planta,
    Cada día, se levanta,
    Yo no sé, qué senda púa.
Que te impone, que te manda proseguir;
    Que no besa, que no toca,
    Ni tu mano, ni tu boca
    Donde no hallen escondidos
Escorpiones trepitantes de furor;
    Pues la vida del más justo,
    Cual un lecho de Procusto,
    No le deja ni un repliegue.
Ni un minuto bien gozado de pasión.

XI

    Que te sigue la jauría
    Más hambrienta, más bravía,
    Galopándote a los flancos
Por el arduo cuestarriba del deber;
    Que circulas como fiera
    Perseguido por doquiera
    Como el toro que conducen
Con las picas del dolor, al redondel.
    Que te arrastra de las crines
    Un tropel de querubines
    Afanosos, cual hormigas
Que rasuran de sus rosas al rosal,
    Y callados y severos,
    Como van los carceleros,
    Siempre mudos como mudos.
Vigilando su cuadrilla criminal.

XII

    Que cual dos enamorados
    Que platican reclinados
    En los cómodos cojines
De las cómodas butacas del vagón,
    Van soñando dulcemente,
    Mientras marchan rectamente
    Por los rieles invisibles,
Para ellos, como el alma y como Dios.
    Así corre a su destino,
    Proyectando en el camino
    Mil graciosas necedades.
Que jamás entre sus palmas palpará,
    Desde el joven al anciano,
    Desde el rey al artesano.
    Toda entera y verdadera,
La inconsciente, soñadora humanidad.

XIII

    Que es verdad abrumadora
    Que la gran locomotora
    Que conduce todo eso
De la estepa de los siglos, a través,
    En las mismas estaciones,
    A los mismos corazones,
    Fracasados o triunfantes.
Los arroja sin mirar en el andén.
    Pues el mismo pensamiento,
    Y hasta el mismo sentimiento,
    Pueden ser los de un lacayo
Despreciable favorito del Señor...
    O el espíritu sublime
    Que somete, que redime
    La soberbia de las almas
¡Con su noble, su cristiana negación!

XIV

    Que hay un tic en cada vida.
    Que la entrega sometida
    Como res indiscutible
Del misterio, del destino, del azar;
    Y fracasan, o prosperan
    Quieran ellas o no quieran,
    A los golpes o los besos
¡De la misma incognoscible voluntad!
    Que bordamos afanosos
    Arabescos prodigiosos
    En la púrpura sagrada
Del ingenio, del deseo y la ilusión,
    Mientras van insospechables
    Cien demonios formidables
    Trabajando en el secreto.
De aquel mismo generoso corazón.

XV

    Que ninguno hasta el presente
    Se ha escrutado con la lente
    De la sola razón pura,
Bien adentro, bien al fondo de su ser;
    Que no hay sol y no hay bacterio
    Que no vayan al misterio.
    Cual un médium insensible
Que no tiene la conciencia de quién es;
    Ni hay discurso, ni hay idea,
    Por olímpica que sea
    La molécula purpúrea
De la sangre de genial que los creó,
    Que repitan dos segundos
    Los acentos tremebundos
    De la misma verdad misma
Que resuena en lo recóndito del yo.

XVI

    Yo sé bien que vas seguro
    Dentro mismo del oscuro,
    Viejo cauce, lecho enorme.
Sendo abismo, largo túnel en que vas,
    Como río entre ribazos
    Como niño entre los brazos
    Que lo mecen, que lo llevan
Donde ansía la ternura maternal;
    Que, tal vez, sonríe tierno.
    Sin enojos, el Eterno,
    Cuando ruges y protestas
Con el torpe razonar de Lucifer,
    Que no siente la armonía
    Del dolor y la alegría,
    Del deber y del derecho.
De la santa libertad y de la ley.

XVII

    Pues sabrás que Dios es bueno
    Como el mismo pan moreno,
    Que los pobres de la tierra
Santifican con su llanto y su sudor;
    Y más manso, todavía
    Que la propia luz del día
    Que se vuelca y distribuye,
Sin negar al más infame, su fulgor:
    Y es en vano que te mofes
    De sus leyes y apostrofes
    Con apóstrofes geniales,
Su existencia, su poder y su bondad;
    Porque nada le conmueve,
    Y en su blanca faz de nieve
    No sublevan tus injurias,
Ni una ráfaga de cólera, jamás.

XVIII

    Que más lejos de los astros,
    Donde ya no quedan rastros
    De la lógica del cosmos,
Misma lógica misérrima del ser;
    Más allá de donde ahito
    De rodar, el infinito
    Se prosterna y enrarece,
¡Todavía poderoso, manda Él!
    Y por más que vas huyendo
    De su código estupendo
    Por miríadas de centurias,
Cual un hijo que se fuga del hogar...
    Como el pez en el acuario,
    Y en su celda, el visionario,
    Y en sus órbitas las orbes,
Del alcance de sus manos, no saldrás.

XIX

    Y yo sé, perfectamente,
    Que mi verba, que mi mente,
    Que mi trágica persona,
Que mi débil, hiperbólico clamor,
    Para ti, será tan vano,
    Como el rasgo de un insano,
    Que al salir acometiese,
Con sus gritos enigmáticos, al sol;
    Para ti, será lo mismo,
    Que oponer al cataclismo.
    Catapultas de sarcasmos
Y sollozos y protestas de mujer,
    Y a los ecos clamorosos
    De los mares tumultuosos,
    Con rescriptos y con varas.
¡El silencio de las tumbas, imponer!

XX

    Que del modo que las gotas
    Van cayendo como notas,
    De repliegues en repliegues,
Por los pétalos rizados de la flor,
    Sin sentir, las infelices,
    Que reflejan los matices
    De las hojas que recorren
Como perlas temblorosas de sudor.
    Sin noción, las pobrecitas,
    de las fuerzas infinitas
    Que tu ser originaron
En los senos del jazmín o del clavel,
    Sin saber, las degradadas,
    Al rodar, electrizadas
    Como lágrimas furtivas.
Dónde mismo, su cristal, han de romper.

XXI

    Así pongo vacilante,
    Sobre cada consonante,
    Las ideas que me brotan,
Ni lo sé, ni lo sabré, para qué fin;
    Así va, fugaz y terso.
    Reflejando cada verso
    Las bellezas o las sombras
De los días que lo vieron, al surgir;
    Así marcha mi discurso.
    Sin pensar en el concurso
    De las hondas energías
Que lo exprimen en mi seno, sin dolor;
    Así vibra mi elocuencia
    Sin la mínima conciencia
    De los círculos postreros
Donde tenga que cesar su vibración.

XXII

    Pues, cual busca el arroyuelo
    Sollozante, sin consuelo
    Sucesivos desniveles
Sometido por la ley de su nivel,
    Así voy, como el arroyo
    De un apoyo en otro apoyo
    De declives en declives
¡Sin poder y sin querer y sin saber!
    Y lo mismo que las olas
    No se yerguen por sí solas
    Ni disponen sus orientes
Con su ronco, su perpetuo resonar,
    Mis arranques inauditos,
    Y mis quejas, y mis gritos,
    Nada explican, nada pueden,
Como el eco más insólito del mar.

XXIII

    Mas tal vez, por eso mismo,
    Se desborda mi heroísmo,
    De las ánforas secretas
Donde yace prisionero su licor,
    Cual un vino delicado,
    Neciamente abandonado
    Por la incuria de los hombres
En el fondo de mi triste corazón.
    Como aquellos manantiales,
    Que detrás de los zarzales,
    En el seno de las rocas,
Purifican y retienen su cristal;
    Como todos los nacidos
    Para ser escarnecidos.
    Cuando suenan los clarines
De cualquier evolución providencial.

XXIV

    Y tal vez por eso mismo,
    Restallante de lirismo
    Lo fatal y lo imposible
Me deleita contrariar y resolver:
    Cual un ángel del Averno,
    Partidario del Eterno,
    Que a los réprobos absortos
Predicase las bellezas del Edén;
    Cual un punto de la esfera,
    Que ser punto no quisiera,
    Y en la cumbre de los soles
Resolviese proclamar su rebelión;
    Cual un ente miserable
    Que soñando lo inefable.
    Desde el fondo de la sombra.
¡Suspirase por su cruz de redentor!

XXV

    Y delante de la furia
    Con que rueda tu centuria
    Como tropa de bisontes
Poseída del delirio de migrar,
    Cual innúmera majada
    Perseguida y azotada
    Por las lluvias invernales,
Que la llevan sin saber a donde va.
    Como férvido torrente
    Que a la faz de la pendiente
    Se desploma fragoroso
Sin más ley que la maldita de caer:
    Yo, la brizna sin historia,
    Vil sobrante, vil escoria,
    me levanto formidable,
¡Me propongo fulminar tu estolidez!

XXVI

    Sí vacía, sí pomposa,
    Sí ruin, sí delictuosa,
    Sí maligna, sí cobarde,
Sí proterva, sí bestial humanidad:
    Pon la faz arrebolada
    Más abajo de la nada,
    Más abajo, todavía,
Pues te voy a maldecir y apostrofar;
    Soy tu padre, tu poeta,
    Tu maestro, tu profeta,
    Tu señor indiscutible,
¡Tu verdugo sin entrañas y tu juez!
    No me asustas : te domino,
    Te someto, te fascino
    Con la luz esplendorosa.
¡Con el hierro incandescente de la fe!


Autor: Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)


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APÓSTROFE: Ret. Figura que consiste en cortar de pronto el hilo del discurso o la narración, ya para dirigir la palabra con vehemencia
en segunda persona a una o varias presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres animados o a cosas inanimadas, ya para dirigírsela a sí mismo en iguales términos.

Más Apóstrofes:

APÓSTROFE - de Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)

ALMAFUERTE EL POETA (CAP 15 Y 16: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

almafuerte película, narciso ibañez menta,
Narciso Ibañez Menta interpretando a Almafuerte en la película "Almafuerte" (Año 1949)
Más información: http://es.wikipedia.org/wiki/Almafuerte_(pel%C3%ADcula)

CAPÍTULO 15: 

SIGNIFICADO DE ALMAFUERTE

EN LA EVOLUCIÓN ARGENTINA

En el sentido espiritual, que es el más representativo de Almafuerte, no es éste una aparición única en la Argentina. Su anhelo de progreso, de justicia, de mejoramiento humano, están ya representados en los orígenes argentinos por Moreno, Rivadavia, Echeverría, y muy especialmente por el vidente Alberdi y el genial Sarmiento; su espíritu rebelde, ardoroso y violento, propicio al anatema contra los tiranos, tuvo por antecesor a Mármol en sus poesías contra Rosas; y su alma popular y justiciera, amiga y aun hermana de la chusma, está representada en el pasado por el autor de Martín Fierro. El genio más cercano, más análogo al espíritu prócer de Almafuerte, en el pasado argentino, es el borrascoso y férvido Sarmiento: su violencia, su entusiasmo combativo, su fe en el porvenir y su iracundo amor al progreso, culminaron más tarde en Almafuerte, quien poseía además el genio metafísico, la inspiración poética y un amor desesperado hacia los siervos y los tristes. El Emperador indiscutible del pensamiento argentino, como le llamó Almafuerte, no renovó ni acreció fundamentalmente el pensamiento humano, pero fue ejemplo magnífico y fecundo del hombre de pensamiento y de acción renovadora; y en el sentido espiritual, fue el digno precursor del poeta profético que había de abrir nuevos rumbos a la orientación moral e  ideológica del hombre. Mas, en sentido integral, Almafuerte no ha tenido antecesor. Su espíritu esencialmente metafísico y abstracto, no tiene precedente en toda la literatura castellana; (Calderón era un cura con todos los dogmatismos y limitaciones de su casta) y muy difícilmente en la poesía universal. Guerra Junqueiro con quien le ha comparado alguien es una mente vulgar al lado de Almafuerte; Carducci era moderno, renovador y rebelde, pero poco metafísico; y Verhaeren, de quien se ha hablado también, es un poeta exterior, aunque subjetivo, y sin sentido moral. Era sólo una conciencia exasperada por el dolor moderno. Almafuerte es un genio en el sentido más alto de esta palabra; y ése es un don que los pueblos obtienen difícilmente y más aún los pueblos jóvenes como lo es la Argentina. Hasta el momento en que un pueblo no ha producido un genio universal, no puede figurar en el concierto del mundo superior de la cultura. En ese mundo imperecedero, que constituye el tesoro permanente de la especie humana, Grecia está representada por una pléyade entre la cual destacan Esquilo, Sócrates, Platón y Homero; Inglaterra por Shakespeare; Italia por el Dante; Francia por Víctor Hugo; Alemania por Nietzsche, Kant y Goethe ; España por Cervantes; Norte América por Poe y Emerson, y la Argentina estará representada por Almafuerte. Desde luego, que tal afirmación será tachada de absurda y excesiva por los detractores del poeta, y de aventurada y prematura por los que no tienen fe en su propio juicio y esperan a conocer la sanción universal antes de consagrar con su admiración a un genio contemporáneo, y más aún si es connacional; pero los hechos se encargarán de justificar sobradamente el concepto expresado. En el porvenir moral e ideológico de la Argentina, ejercerá la obra de Almafuerte una profunda influencia. Dice Bovio en su obra sobre “El genio” que “en la soledad el genio elabora la propia ascensión, para presentarla como modelo a la ascensión humana” ; y afirma que “cada raza que prepara su advenimiento histórico, envía por heraldo al genio”. Tal ha sido la obra de Almafuerte y el significado que ella tiene para el porvenir de la Argentina. En un pueblo en formación, destinado a engendrar una nueva raza forjada en el crisol de las anteriores, y por lo mismo predestinada a producir un tipo más alto de humanidad, pues según Galton el cruce de las razas es favorable a la aparición del genio y de tipos humanos superiores, Almafuerte ha concebido y ha fundado una moral más perfecta y un arquetipo del hombre, que será el eje de un nuevo orden moral y el faro de una ascensión ilimitada hacia las cumbres ; la base de una más justa, más humana, más integral civilización. Almafuerte sintetiza todo lo que hay de grande, idealista y noble en el alma argentina, y reúne en sí a la vez, como en un foco, las aspiraciones y tendencias más puras y elevadas del espíritu humano en un ideal altísimo, que podría calificarse de divinización del hombre, o forjación del hombre integral. Este poeta servirá al pueblo argentino de firmísimo cimiento para su ascensión renovadora, y llegará a convertirse en lo futuro, en el símbolo más alto de la nacionalidad ideal.



CAPÍTULO 16: PRINCIPALES PRODUCCIONES
DEL POETA ALMAFUERTE

Breve síntesis y comentario de las mismas.

 Después de haber estudiado en su conjunto las obras y la vida de Almafuerte vamos a tratar de hacer una ligera síntesis de sus principales producciones para dar una idea de ellas a aquellos de los lectores que las desconozcan: Breve síntesis y comentario de las mismas Después de haber estudiado en su conjunto las obras y la vida de Almafuerte vamos a tratar de hacer una ligera síntesis de sus principales producciones para dar una idea de ellas a aquellos de los lectores que las desconozcan :

  Milongas clásicas. — Empieza por declarar que va a cantar al pueblo, a su “chusmaje querido”, y que va a plegar sus alas para que sirvan de escoba y estropajo en las piezas de los miserables. Hay aquí una soberbia inaudita y una elocuente grandiosidad al hablar de sí mismo; y al definir los motivos por los cuales se acerca y canta al pueblo, pone todas posibilidades del mal y del bien. Es ello la integral comprensión de la vida y sus instintos contradictorios. Los versos se deslizan cantarines y suaves como el agua de un arroyo por un álveo de arena. Y cada estrofa contiene una elevada sentencia. Son flechas de idealismo arrojadas desde lo hondo del pantano hacia las más remotas estrellas. Son todos estos versos una admirable fusión de la más alta y honda metafísica, con la clásica llaneza del alma popular. 

 Olímpicos. — En estos versos el poeta designa cuáles son los más altos y excelsos timbres que señalan al hombre como digno de serlo, como héroe y elegido: son los presentimientos de una vida más alta; el estoicismo en el dolor; la amargura y la nostalgia en el placer; la visión interior de una luz lejana; la conciencia de ser centro de un mundo invisible y manantial de bondad.  

Cristianas. — Todo tiende a la suprema perfección en la armonía final del universo. Cada ser calificado como espíritu del mal, no es más que una potencia que ocultamente trabaja para el bien, por caminos opuestos, en apariencia, a la senda de la vida. Son energías desviadas o que no han llegado aún a su total perfección. Pero en ellas también brilla la sacra chispa ideal. Y con genial intuición adivina el poeta los destinos más altos que se esconden en cada pecho protervo ; y ve las cimas remotas hacia las que se dirigen todos los tortuosos caminos.  “¡No; no cabe la noche completa allí donde gira la estrella de un alma! ¡Vive un juez prisionero en el hombre que jamás prevarica ni calla! ¡Hay un golpe de luz en el fondo de aquellas más viles vilezas humanas!” 

 Mancha de tinta. — Es la afirmación rotunda de la absoluta soledad del hombre en el desierto de la vida. Quiere saber el poeta quién le ama. Busca al pueblo, al “cardumen muerto de hambre” que le rodea, y éste le pone en la picota. Va tras de los amigos y le engañan todos; la mujer a quien amaba, le traiciona; muerto de dolor, entonces se remonta a los cielos y se dirige a “la dorada puerta Pía” y al acercarse no había “ni luz, ni puerta, ni nada”. Esta es la crueldad consciente de la vida. Quien no haya pasado por este sentimiento, aún no ha nacido. En este verso está contenida toda la filosofía de Max Stirner. Pero aquí no es razonamiento, sino sentimiento hecho idea; lo cual es más rotundo y verdadero. 

 Apóstrofes. — Es esta una bellísima poesía, donde se hermanan admirablemente lo sublime del fondo con la perfección absoluta de la forma. Para abarcar las ideas tan sabias y tan hondas, tan bellas y tan altas que se contienen en ella, sería preciso hablar extensamente. Esta sola poesía merece un libro. Encierra toda la sabiduría de la evolución humana y del destino. Concentra y funde en sí los dos acentos contradictorios de la fatalidad y de la libertad. Es el poema de la ascensión del espíritu humano, cuya libre voluntad vive esclava del Destino. Baja el poeta al fondo del ser y sorprende allí los más hondos secretos. Vibra y ondula su verso, gracioso y terso, bajando a los abismos y ascendiendo a las nubes. Es tan vasto que comprende a toda la humanidad y tan sutil que penetra lo más recóndito del espíritu. Y termina el poeta con un apóstrofe, imprecando airadamente a toda la humanidad, a quien somete y domina: “Con la luz esplendorosa Con el hierro incandescente de la fe”. 

 Trémolo. — Honda nota sombría de angustia y de dolor, terriblemente desoladora, que se alza de las entrañas del espíritu humano como un grito prometeico hasta la faz de Dios. ¿Qué valen al lado de esto las protestas de Job, sus llagas y sus dolores? El poeta recoge los lamentos del dolor universal sintetizados en su alma y se presenta ante Dios para acusarle de crueldad. Siéntense crujir aquí los andamiajes del universo, se remueven los cimientos de la vida y vacilan cuarteados los pilares que sostienen el cosmos. Es que ha nacido una nueva concepción más alta que destrona y substituye y arroja del Olimpo a la concepción judaica. El poeta prometeico se presenta ante el Júpiter del Olimpo cristiano, exigiéndole cuentas estrechísimas de su implacable dureza. El corazón del poeta y las plantas de sus pies están hechos una llaga, como el cuerpo de Job. Gimen los gemebundos algarrobos y braman los leones prisioneros en la cárcel de su instinto. Y en tanto se refugian como liebres los Genios de la Luz y Dios vive feliz en sus Edenes, rodeado de sus vírgenes. “¡Tirano sin control! . . . ¡Vete a tu cielo! ¡No mereces ser Dios!” Exclama soberbiamente el poeta que había soñado un dios más bueno; y se presenta ante él para exigirle que le pague su dolor. Las notas de estos versos resuenan clamorosas, con siniestra y solemne amargura, como un canto “De profundis” donde se hubiese volcado todo el humano dolor. Por su vasta y compleja ideación y su ritmo acompasado y grave de religiosos acentos, esta poesía parece recordar el coro de los peregrinos en el Tanhauser. Pero aquí hay un infinito desgarramiento que tortura el espíritu, y lo arrebata y eleva a la cumbre moral de la vida desde la cual se abarca y se juzga el universo.

  Gimió cien veces. — El alma del presidio formula sus pesares y se erige severa como un juez ante la sociedad que la condena. Canta la hórrida angustia de su destino en tristísimos versos tan solemnes y graves como un “Miserere”. Pide misericordia el alma del presidio, pide la misericordia de la muerte. Y se presenta ante los intachables, los perfectos sin lucha, para acusarles por su maldad, por el orgullo con que la insultan y la soberbia que muestran de su pureza irresponsable. Ella, el alma del presidio, es también irresponsable. “¿Les dije yo a mis padres... Pude decirles que amasaran mis carnes con azucenas?”, exclama tristemente el presidario. Y la suprema, total pureza sobre todos los destinos brilla aquí como un sol de mediodía, que alumbrara la vida con una nueva luz. En estas altas, magnificas estrofas, zumban como saetas las palabras de Nietzsche en su canto “Del pálido criminal”. Pero no es que las repita, no que expresen lo mismo, sino que están aquí comprendidas y superadas. Allí sólo hay conocimiento: aquí hay bondad consciente, magna bondad trocada en sabiduría y en integral potencia de ascensión, de anhelo de lo perfecto.  Siete sonetos medicinales.

 — Al leer las más grandes obras de la literatura universal, las más alentadoras y exaltadoras del hombre, encontraréis en Ibsen la ambición infinita, en Nietzsche la dureza más rotunda, en Carlyle la exaltación del heroísmo, la individualización en Stirner, en Emerson la afirmación del yo interior y en Walt Whitman el ímpetu marcial. Pero leed después estos “Siete sonetos medicinales” y decidnos si no está aquí contenido, sintetizado, todo el poder idealista y ascensional de aquellas obras, formulado de un modo absolutamente nuevo y personal. Ved también si en aquel desprecio con que se habla de los leones, no hay un sentido más alto de valoración del hombre, por encima de la Naturaleza, que jamás se había expresado antes de ahora. Aquí están superados y desvanecidos cuantos fantasmas pudieran encadenar al hombre. Este reina de un modo soberano, y su voluntad y su energía se exaltan y endurecen, se acrisolan y depuran en los sonetos estos, como en la forja de un dios. 

 La sombra de la patria. — Idealista y sublime clarinada guerrera que llena los espacios infinitos con su protesta airada y dolorida ; que levanta sus acentos hasta el trono de Dios y hace estallar allí fulminador el volcán de sus ansias, reduciendo a pavesas la dorada ilusión providencial; que baja luego a la tierra y ruge sombríamente al comprobar que la virtud y el bien, la libertad y el derecho, únicamente son palabras resonantes, ilusión y mentira. Y el poeta, enloquecido de dolor, apostrofa a la Mente invisible que debiera regir el universo, y la acusa de todos los males que constituyen la esencia de la vida. La sombra prostituida de la patria pasa ante el alma del poeta, y éste siente la noche de los siglos acumularse en su mente y gravitar sobre sí todo el peso de los orbes. Y tras de haber llamado a juicio a la Naturaleza y a los dioses, diríjase a la juventud para pedirle que salve y redima y eleve a la patria mancillada. Un acento sublime de dolor y de ira santa hay en toda esta poesía, que parece la voz de los profetas. Aquí el espíritu humano se remonta a una fusión altísima del yo individual con el alma de un pueblo y el destino de una raza en la suprema aspiración del bien, a pesar y por encima de la fatalidad del mal que rige a la naturaleza.

  La canción de un hombre (En el abismo). — Esta poesía es un autoretrato psicológico del poeta, una autodefinición moral del genio. Las más altas verdades filosóficas, las más profundas afirmaciones morales y las averiguaciones ideológicas más modernas y altivas, hállanse contenidas en estos versos que pueden muy bien marcar lo sumo a que hasta hoy ha ascendido el espíritu humano. Es la expresión suprema de la intuición consciente. Es la individualidad afirmándose con rotunda fiereza, pero abarcando y conteniendo en sí la conciencia colectiva, el alma universal. Es el hombre elevándose por encima de la naturaleza, del tiempo y el espacio y proclamándose síntesis universal y eterna. Tenemos la convicción de que en ningún idioma existe otra afirmación tan formidable, tan integral y tan alta, aunque tan breve, que sintetice como ésta el espíritu del genio y la divinización del hombre.  

  Jesús. — Con altísimo vuelo ascensional y nítida pureza de idealismo, dibuja aquí el poeta el mágico perfil del Nazareno. No hay en esta poesía, al hablar de Jesús, ni la ciega admiración de los creyentes, sean católicos o no, ni el concepto mezquino de los “espíritus libres”, como el mismo Nietzsche. Hay nada más que comprensión, una comprensión total del espíritu de Cristo, una definición superabstracta y metafísica del fenómeno de la Redención y de las doctrinas de Jesús. Cierto es que aquí se contiene, como no podía menos, la afirmación de Schopenhauer : “el mundo es nuestra representación” ; pero también está comprendida la de Nietzsche : de que el bien y el mal son valores convencionales. Sólo que estas afirmaciones no tienen en aquellos filósofos el valor y el sentido que Almafuerte les da. Al decir Schopenhauer que el mundo es nuestra representación, como él no cree en otro mundo que el visible, aniquila totalmente la Realidad y cae en el nihilismo, en el pesimismo. De igual manera Nietzsche al comprender que los valores morales son un convencionalismo, destruye el bien absoluto y sólo crea un bien un mal para el hombre fuerte, para el individuo que es la única realidad en la cual él cree. Pero Almafuerte, no; si afirma que es ilusión el mundo externo, es para sostener que nuestras ilusiones son la única realidad, y que en nuestro espíritu está Dios, la eternidad y el destino; de lo cual se deduce, contrariamente a Schopenhauer, un optimismo absoluto y consciente; y al asegurar aquí el poeta que el bien y el mal humanos son palabras vacías, no atribuye a los hombres, como Nietzsche, la facultad de crearse otro bien y otro mal personales y egoístas, sino que a la vez, proclama un bien absoluto, eterno, y un transitorio mal que se cambiará por fin en bien. Estas afirmaciones, pues, en Almafuerte no son individualistas, ni engendradoras de pesimismo. Exaltan y glorifican la individualidad humana, pero unida al espíritu absoluto; destruyen el mundo externo para imponer el reinado de la vida interior; aniquilan los valores transitorios y humanos, pero proclaman el Bien eternal y divino.

  La inmortal. — Baja el poeta al fondo de la “chusma sagrada” y vuelve de allí cargado de amargas verdades que arroja a los poderosos, a la faz de los grandes de la tierra. La inmortal es la chusma que labra y forja el mundo con su esfuerzo, que con su sangre ha regado toda la tierra y ha impregnado con la esencia de su ser hasta las aguas del mar. De ella sale, de su seno y sus entrañas, la chispa luminosa de los genios y el amoroso fuego de los santos. Y sin embargo es la esclava y la condenada, la sometida y la proscrita. Pero ella ve o adivina la justicia y la razón y por eso a los códigos del bien que le dictan los amos, a las divinas pragmáticas que se le imponen, contesta con una risa demoníaca y sarcástica, con una risa de bestia libre de freno, carcajada desgarrante que conmueve y desgaja los cimientos sociales y las columnas de los cielos; carcajada nihilista que desmiente y destruye todas las perfecciones y progresos conquistados aparentemente por la humanidad. Como los canes que vuelven a la madrugada y arañando y aullando en la puerta solicitan albergue de sus amos, así los genios más grandes, los consagrados y los héroes aguardarán el día de la justicia ante las puertas de bronce que separan la sombra de la luz. Tú, poderoso y señor, no temas nada, aunque se hunda el templo, mientras queden creyentes. Teme, sí, cuando tu ley sin ley moral, tu concepto salvaje de cruel egoísmo, de déspota sin freno, penetre hasta el fondo mismo de la chusma ; cuando ella vea que no va su ración en la carga y se canse de ser pedestal y abandone la cruz ; porque entonces se desquiciará todo el mundo presente. Este poema es el más extenso de Almafuerte y también el más vasto, el más grandioso. Es de una grandeza cósmica y de un altísimo sentido moral. ¿Cuándo se escribió nada tan profundamente justo y moral como ésto? Aquí no hay la conformidad burguesa y la complicidad del silencio que se ve en todos los poetas respecto a la gravísima transgresión moral que implica la injusticia humana, el predominio de la fuerza y de la astucia. Pero tampoco hay las “rebeldías necias de lacayo” que constituyen la protesta anarquista, ni el desconocimiento de la ley moral que profesan los ácratas. El alma y la esencia de este poema es una ley interior sublime que cual hilo de oro corre por encima de los hombres, sin que haya llegado nadie, hasta hoy, a reconocerla ni acatarla. Almafuerte, como un dios, restablece el imperio de esta ley, y la pone por eje espiritual y por cimiento y base de los pueblos. Aquí sintetiza el poeta, más que en ninguna otra de sus producciones, la tendencia de toda su obra a realizar lo que podría llamarse apocatastasis humana, es decir, a reintegrar en la humanidad todas las almas y a dar a cada espíritu la conciencia de toda la humanidad. Tiende también su acción a realizar lo que ha llamado Saint - Ivés “sinarquía”, o sea gobierno de los principios, de las leyes morales. Pero Almafuerte no predica esto, como no predica nada. Con su genial vista interior vislumbra la ley moral desconocida por todos y él la enuncia y la obedece. Esta es, en síntesis, su misión y su obra.

  El misionero. — He aquí el más bello, el más rotundo y trascendental de los poemas de Almafuerte. En él está formulada y concretada toda su vida y su fe. Cada estrofa es una sentencia de bronce y todo él está escrito, no “con sangre y medio loco”, como Nietzsche decía, sino con la esencia misma de su existencia. Porque las afirmaciones que aquí se contienen las ha amasado el poeta con su propio dolor, en una lucha heroica y solitaria contra el cieno y el mal. Larga y difícil tarea sería el señalar ahora todas las altas verdades definitivas, absolutas, de iniciación reciente o antiguamente expresadas por los más altos espíritus y por él coloreadas con un matiz personal, que se contienen profusamente en este poema. El es un evangelio de idealismo, de bondad, de sabiduría interior, y merece profundos y extensos comentarios que desentrañen y formulen la honda filosofía encerrada en sus versos. Hállanse aquí sintetizadas, como hemos dicho, las más modernas ideologías, pero a la vez están superadas por la visión integral del poeta, por su ímpetu inexorable de ascensión, por la llama que arde en él, de heroica y de fierísima bondad. El vasto ideal que le inspira de liberación total y superación del hombre, de imperio del espíritu y de bondad consciente, solamente lo hemos visto expresado con igual intensidad en José Antich, el autor de “Andrógino”, apóstol y fundador, filosóficamente, del ideal de divinización humana. Pero como poeta propiamente, como hombre que canta en verso y encarna en su existencia sus propios ideales, no le encontramos semejanza ni antecedente alguno. Es el primero que toma como único sujeto de sus cantos al hombre, al espíritu del hombre, de manera sintética y ascendente, con un criterio nuevo y audacísimo de moral ego - altruista. En todo este poema se destaca la figura del Cristo dictador, del heroico creador de una nueva ley moral, del tirano del bien, cuya cruel energía se consagra íntegramente a servir e imponer el ideal de amor.

  Apóstrofe. — Esta poesía ha coronado y sintetiza toda la obra y la vida del poeta. Lacerada su alma por el bárbaro espectáculo de la fuerza agresora y humanicida que pisotea el derecho y pretende erigirse en dictadora y soberana de la humanidad, busca al principal culpable de este cataclismo, con el seguro instinto de su intuición, y alzándose por encima de todas las cobardías y vacilaciones que atan el pensamiento universal, él apostrofa y condena al responsable de la horrorosa tragedia con la violencia infinita y la sagrada indignación que sólo pueden prestar un alma gigantesca y un corazón sin mácula. Ya hemos hablado de la forma de esta poesía — tan reprobada por los estetas y por los vasallos espirituales del déspota germano — y por lo tanto no insistiremos en su análisis. Pero sí aseguramos que sobrevivirá como un monumento humano de rebeldía consciente, de alto sentido moral y de espíritu altruista y justiciero.  

  Evangélicas. — Las “Evangélicas” de Almafuerte son una serie de artículos compuestos de pensamientos en forma de versículos. En ellos se razona y sentencia sobre todas las cosas divinas y humanas, pero siempre desde el punto de vista del sentido moral y de la vida interior del hombre. Contienen una filosofía áspera y ruda, original y bravía ; recuerda los aletazos de las águilas y el selvático olor que las fieras exhalan. Pero el criterio y el fondo de todos estos pensamientos es fuerte y sano, edificante y austero. Expresan un concepto de rigidez moral, de dureza consciente, de individualismo interno, a la vez que de bondad exquisita y de suprema civilización humana. Son estas evangélicas un verdadero código moral, un método de individualización; despiertan y fortalecen, humanizan y elevan. A pesar de que, sin pretenderlo, reflejan las corrientes de pensamiento actuales,” tienen además una originalidad singularísima por su brusca expresión, por su tono candente de realidad. Compréndese muy bien que no son pensamientos de hombre sentado, como decía Nietzsche ; que han sido elaborados no ya andando, sino viviendo ; que se los ha forjado en el yunque de la vida y con el martillo de la idea. Elévase también aquí el poeta a cumbres de idealidad formulando profundas y penetrantes sentencias, al hablar del carácter, al definir el genio, al meditar sobre el hombre y sobre la vida. Consideramos como uno de los más conscientes y hondos pensamientos éste que forma parte de una de sus evangélicas : “El estado perfecto del Hombre es un estado de ansiedad, de anhelación, de tristeza infinita : una tremulación interrogante de tentáculo”. 

 Discursos y conferencias. — Muchas son las producciones de este género que existen del poeta y todas ellas versan sobre temas morales. Se caracterizan por la construcción de largos periodos sostenidos en que el poeta se elevaba a las cumbres de la ideación, con la tenaz insistencia, la intensa pasión moral para expresar una idea hasta en sus consecuencias más remotas y en su sentido más recóndito, que era lo más peculiar y lo más resaltante de su genio. Los límites obligados de este trabajo no nos permiten entrar en el análisis de esa parte de su obra; pero señalaremos entre las más bellas de sus piezas oratorias el discurso sobre Mitre, la conferencia “La gran misión”, el discurso en homenaje de Carducci y la conferencia sobre el niño.

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ALMAFUERTE EL POETA (CAP 13 Y 14: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

Almafuerte visita Trenque Lauquen
Visita de Pedro B. Palacios a Trenque Lauquen en 1913

ALMAFUERTE EL POETA 

(CAP 13 Y 14: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

CAPÍTULO 13:
LA RELIGIÓN DEL HOMBRE
Para la literatura y la filosofía, él hombre ha sido siempre una cosa secundaria y subalterna. Por sobre de él han pesado, abrumadoras y absorbentes, todas las abstracciones. Los artistas han cantado y exaltado a la Naturaleza y la Belleza o a los hechos exteriores. Los filósofos se han extraviado en la discusión de los conceptos absolutos o en la investigación de los orígenes y de las causas finales. Y los teólogos han hecho del hombre un juguete en las manos del Destino, denominado por ellos Dios o Providencia. Tal vez es ésta la causa de que en oposición a los adelantos maravillosos de la mecánica haya el hombre, hasta hoy, permanecido moralmente estacionado. El primero que trató de libertarnos del yugo de la abstracción —ya fuese la de Dios o la de los ideales— fue aquel poeta - filósofo que se llamó Federico Nietzsche. Pero éste, en cambio, llevó demasiado lejos aquella aspiración liberadora, y al suprimir la moral en absoluto hizo al hombre instrumento de sus instintos. Falto, además, de base espiritual para cimentar la vida humana, al abolir la ética, creó a su vez otro ídolo para reemplazar los anteriores, y así nació ese mito del Superhombre que es un nuevo fetiche en cuyas aras pretende continúe sacrificándose la especie humana. Emerson y Carlyle han sido precursores en este movimiento afirmativo de la personalidad, que ha tenido últimamente un impulsor de poderoso aliento en el joven escritor italiano, Giovanni Papini, quien se dirige a la conquista de la divinización humana por medio de la acción, licenciando para ello a la filosofía, como a instrumento inútil. Otro exaltador del hombre y fundador de un ideal de ascensión humana, es el autor de “Andrógino”. José Antich, creador de una redentora concepción social ego-altruísta y de un nuevo arquetipo más alto y más humano que el Superhombre. Pero nadie, jamás, como Almafuerte, ni siquiera entre los antes mencionados, habíase consagrado en absoluto a la elevación y exaltación del alma humana. Para Almafuerte no existe la Naturaleza porque carece de vida propia y de conciencia; el arte es un instrumento para gritar a los hombres la Verdad; los ideales son medios y caminos para superarse y ascender; Dios es la ley moral que rige al universo y cuyo código lleva el hombre escrito en su conciencia; y lo único, por tanto, que constituye una absoluta y suprema realidad es el hombre mismo, que lleva en su alma los cielos y la divinidad.  Pero no es al hombre abstracto al que Almafuerte canta y exalta, sino al hombre real, cualquiera que sea su índole y condición, y más aún a los bajos y caídos; a la humana conciencia en cada ser; a las más altas, más locas, más puras y sublimes aspiraciones. Padece su alma una fiebre de amor que le devora, hacia los miserables y los tristes. Mucho más intenso aún que el fervoroso amor místico de Telesa de Jesús por la imagen ideal del Nazareno es el que siente Almafuerte por la chusma irredenta y que ha expresado, entre otros, en los siguientes versos: 


“Yo siento por el dolor
de la chusma miserable,
la suprema, la inefable
maternidad del amor.
Yo siento el mismo fervor
del Cordero supersanto,
fervor tan profundo y tanto
que tendrá que vaporarme
y en la miseria regarme
como un diluvio de llanto.”

Pero aunque ama tan locamente al hombre, no le ama ni lo concibe como un hecho consumado, como un ser ya perfecto, sino como una fuerza ascendente que se depura y se transforma, según expresa en “El Misionero”: 


“El mejor no eres tú, pálido rastro,
tímida tentativa en la redoma . .
Vas a tu superior, a tu distinto
y ese no te tendrá ni amor ni envidias.
El que vendrá después, el Prometido,
sólo será un cerebro con dos alas.”

Y no sólo desea la elevación del hombre, sino que siente un ansia ardentísima, un ímpetu ferviente hacia lo mejor y por eso fustiga sin piedad a la recua inerte y abomina y reniega del ansia de quietismo:

“Felicidad total : maldito nombre,
consigna del cobarde y del tirano...
¡La perfección en sí del cuadrumano
tal vez hubiese suprimido al hombre!”

Y cual palanca suprema de la vida, canta al dolor y al esfuerzo en estrofas magistrales:

“Dolor, santo dolor: sol iracundo
que a las almas estólidas caldea,
que tortura las fibras de lo inmundo
hasta que se hacen leña y se hacen tea.
Padre de lo mejor, amo del mundo,
generador supremo de la idea,
draga de remoción, llama expiatoria,
que convierte las pústulas en gloria

Odio por lo tranquilo y uniforme,
y ansia de otro nivel y de otro aspecto;
fiebre de perfección en lo deforme,
y hambre de super-luz en lo perfecto.
Soberbias de Luzbel; vacío enorme
en el alma sombría del insecto...
Eso requiere Dios para sus planes
angustias de Satán... ¡Somos Satanes!”

No hay en toda la obra de Almafuerte una sola palabra que no esté consagrada a la educación, a la enseñanza moral, al mejoramiento de los hombres. Sus ideas no pueden encerrarse en ningún molde ni dogma; si alguna calificación se le puede aplicar es la de integralista: él aceptaba todas las ideas, todos los principios, con tal de que sirvieran para elevar y fortalecer el alma humana. A lo que aspiraba él es a que el hombre fuera un ser integral, en posesión de todas sus facultades, dueño y señor de sí mismo, capaz de concebir y practicar la más alta ley moral y en constante evolución hacia lo más puro y perfecto. Almafuerte ha fundado con su obra la religión del Hombre, que substituirá en el porvenir a las religiones ya agotadas de los dioses; y cuando empiecen sus ideas a trascender al alma popular y a penetrar en la conciencia humana, sobre el fundamento inquebrantable de su idealismo, se levantará una nueva humanidad más perfecta y consciente que la antigua e iniciadora de una civilización moral, en reemplazo de la externa que ahora existe. La influencia futura de Almafuerte está bien expresada por Guyau en el párrafo siguiente de su obra “El arte desde el punto de vista sociológico”: “En último análisis, el genio y su medio nos dan el espectáculo de tres sociedades ligadas por una relación de mutua dependencia : 1°) la sociedad real preexistente, que condiciona y en parte suscita al genio; 2°) la sociedad idealmente modificada que concibe el genio mismo, el mundo de voluntades, de pasiones, de inteligencias que crea en su espíritu y que es una especulación sobre lo posible; 3°) la formación consecutiva de una sociedad nueva, la de los admiradores del genio, que realizan más o menos, en sí mismos, por imitación su innovación. Es un fenómeno análogo a los hechos astronómicos de atracción, que crean en el seno de un gran sistema un sistema particular, un nuevo centro de gravitación”. 


CAPÍTULO 14:
ALMAFUERTE COMO ARTISTA

Cuando se habla de Almafuerte suele ensalzarse en él al pensador y al filósofo, no siempre comprendido y aun atribuyéndole un valor muy subalterno; y sobre todo se pondera del poeta el carácter indomable y el espíritu heroico que luchó tan tenazmente por la justicia y el bien; pero en cambio se le considera un artista mediocre. ¿Cuál es el fundamento de este juicio? ¿Es verdadero y justo? En la época moderna ha descendido el concepto esencial de la poesía. Se juzga generalmente que el poeta es un cantor canoro, un creador de belleza, un músico del sonido y la palabra y un colorista del verbo. Es el criterio que ha impuesto el modernismo decadente. No queremos lapidar a éste como hacen los clasicistas, los fanáticos admiradores de los moldes caducos. Pero tampoco aceptamos las mezquinas conclusiones de los modernos juglares. Estas ideas del decadentismo han sido sintetizadas por el más representativo de esa escuela, el  aristocrático y paradógico Oscar Wilde; y pueden ser concretadas en las siguientes afirmaciones tomadas de su ensayo “El crítico como artista”. “Discernir la belleza de una cosa es el punto más alto a que puede llegarse. Un sentido del color es más importante en el desarrollo del individuo que un sentido de lo justo y de lo injusto. La estética es más alta que la ética. El arte es inmoral. El artista verdadero es el que procede no del sentimiento a la forma, sino de la forma al pensamiento, a la pasión. “De tiempo en tiempo gritan ciertas gentes contra algún encantador poeta y artista porque “no tiene nada que decir” para usar su estúpida frase. Pero si tiene algo que decir lo dirá probablemente y el resultado será tedioso. Justamente porque no tiene ningún nuevo mensaje es por lo que puede hacer una obra bella. Tomará de la forma su inspiración, de la forma únicamente como lo hará todo artista verdadero. Una pasión real lo arruinaría. Toda mala poesía procede de sentimientos genuinos. La ciencia y el arte están fuera del alcance y de la esfera de la moral. La moral reside, pues, en la más baja y menos intelectual de las esferas”. No hay duda que Almafuerte sería un poeta secundario, anodino y hasta fastidioso, desprovisto de arte y de belleza, si se le juzga con el criterio de este príncipe de los estetas, de este héroe del dandismo. Si no se le supone a la existencia objeto moral alguno, si la finalidad exclusiva de la vida es el placer, entonces es innegable lo que Wilde afirma. Es lo mismo que en otro orden expresa Manuel Machado:  “No hay placer en los amores, No hay amor en el placer.”  Pero adoptar por criterio y por medida la norma del placer, equivaldría al derrumbamiento de la vida social y a la disolución progresiva y absoluta de todos los fundamentos de la existencia. He aquí el porqué constituye la poesía de Almafuerte una piedra de toque para los espíritus. Son enemigos de ella todos los estetas, todos los decadentes, los juglares, los bufones de todos los tiranos, los lacayos espirituales, los combinadores de “cocinitas literarias”, los pedantes pontificadores, los amoralistas, los inútiles para el progreso, los partidarios del placer a toda costa, “los canflinfleros del dolor eterno” ; y son admiradores de su obra, todas las almas sinceras y apasionadas, los amantes del bien y del progreso, los rebeldes conscientes y los libres, los peregrinos de rutas ideales, los hijos de la lucha y del dolor, los forjadores intrépidos de una nueva humanidad. Aquel campeón del arte por el arte a quien nos hemos referido. Osear Wilde, el idiólatra del placer y la belleza, fué a purgar en una cárcel las consecuencias de su concepto inmoral del arte y de la vida. Y entonces, solamente, se reveló a su espíritu el aspecto más profundo de la existencia, que antes se hallaba oculto para él bajo el manto sombrío del dolor. Y hostigado por el látigo implacable de este maestro cruel, escribió sus páginas más bellas y trascendentales, impregnadas de tristeza, de dulzura y bondad y animadas por el soplo de una moral muy pura, aun cuando siguiera él repudiando este concepto. Mas dejemos a los decadentes y opongamos a su voz meliflua el verbo potente y cálido de Víctor Hugo. He aquí el alto concepto viril y humano que tenía de la poesía aquel gran lírico que reunió en sí la dulzura de Horacio y de Verlaine y la iracundia fulminadora de los profetas bíblicos: “Existen dos clases de poetas: el poeta de la inspiración y el poeta de la lógica; pero existe también un tercer poeta, compuesto de ambos, que corrige, completa y resume ambos en una entidad más alta. Es decir, dos grandes figuras en una. Este tercer poeta es el más grande. Tiene la inspiración por cuanto obedece a su impulso, mas tiene la lógica por cuanto cumple el deber. El primero escribe “El cántico de los cánticos”, el segundo “El Levítico”, el tercero “Los Salmos y Las Profecías”. El primero es Horacio, el segundo Lucano, el tercero Juvenal. Y en otro sentido el primero es Píndaro, el segundo Hesíodo y el tercero Homero. “No pierde la belleza por ser buena. ¿Acaso el león es menos hermoso que el tigre por tener la facultad de enternecerse? Las quijadas que se abren para dejar el cachorro al abrigo de la madre ¿afean en algo la majestad de las melenas? ¿Desaparece el verbo inmenso del rugido porque la horrible boca que lo produce haya acariciado y lamido a Androcles? El genio que no acudiera a prestar socorro, sería deforme. Ser grande y no amar, es ser monstruoso. ¡ Sí, si ! ¡ Amemos ! . . . “Ser útil es no más que ser útil, ser bello es no más que ser bello ; pero ser útil y bello es ser sublime. Esto es lo que son San Pablo en el siglo I, Tácito y Juvenal en el II, el Dante en el XIII, Shakespeare en el XVI y Milton y Moliere en el XVII”. Y refiriéndose a Juvenal, cuya ira vengadora y justiciera fue superada por Almafuerte, que no era como aquel un ironista, sino un apostrofador Júpiterino, agrega Víctor Hugo: “Insistamos de nuevo en Juvenal. Pocos poetas han sido tan insultados, tan combatidos y tan calumniados como él. La calumnia contra Juvenal fue creada a tan largo plazo que todavía dura. Una pluma la deja y otra la toma. Los grandes aborrecedores del mal son aborrecidos por todos los aduladores de la fuerza y del éxito. ¿Queréis saber quiénes son los que tratan de obscurecer la gloria de los grandes seres que toman a su cargo el castigo y la venganza? Pues son la turba de serviles sofistas, los escritores que se arrancan la piel con la rozadura de los collares, los historiógrafos matones, los escoliastas bien retribuidos, los cortesanos y los sectarios. Gruñen alrededor de las águilas. No hacen con gusto justicia a los justicieros, y consiguen irritar a los señores e indignar a los lacayos. La indignación de la bajeza existe”. Almafuerte ha sido un poeta de la índole de Homero y de Juvenal, pero de más elevados ideales. Homero fue el cantor de la epopeya griega y Almafuerte ha cantado la epopeya interior del hombre actual. Juvenal fustigaba los vicios exteriores de su patria, y Almafuerte azota la maldad y la estolidez internas de todos los humanos. Pero además anuncia y practica una moral más alta y un ideal de ascensión y de perfeccionamiento. A quien se asemeja más su índole, es al gigantesco Esquilo, en la creación de su Prometeo. Por eso no es él artista ni poeta en el concepto inferior y usual de la palabra. Encarna en grado máximo el poeta ideal, tal como Víctor Hugo lo imagina y define en su obra sobre William Shakespeare, cuya lectura recomendamos a todos los detractores de Almafuerte, sobre todo si lo son sinceramente por no haber comprendido la magnitud de su obra. Para Almafuerte es el arte sólo un vehículo; es el arco con que arroja la flecha envenenada de sus apostrofes, o la envoltura sutil y vaporosa que engalana y embellece su gran pureza moral en el “Cantar de cantares”, o el bronce en que vacía y moldea su espíritu en “El Misionero” y en “La canción de un hombre”. Pero siempre su arte es adecuado al pensamiento que expresa. Hay una fusión perfecta en sus poesías entre la forma y el fondo. Una y otro están fundidos en unidad ideal. No hay una sola palabra que resulte forzada, ni verso ni ritmo alguno disonantes. Tiene esa rotundidez articulada y vibrante que es la característica del genio. Parece que sus versos estuvieran esculpidos y grabados. en duras piedras y solemnes bronces. Almafuerte, ante todo, es un sintético. Todos sus conceptos y poesías son grandes bloques de síntesis. Todo “El único y su propiedad”, en lo que tiene de fundamental y verdadero, está, sin que él lo haya leído, expresado en su poesía “Mancha de tinta”. La teoría de Schopenhaüer sobre la vida hállase contenida y superada en el “Jesús”. En “El misionero” y “La inmortal” están acumuladas en una magna síntesis las más altas teorías del idealismo humano. Y según afirma Emerson todo gran artista lo ha sido por la síntesis. La forma y la expresión que da a su verso Almafuerte es perfectamente clásica. Sin embargo no se atiene a los moldes ni a los ritmos consagrados, ni a las palabras arcaicas. Incorpora a su lenguaje términos populares y modismos criollos. Es que él habla un idioma natural y espontáneo, no respeta ni acata los límites estrechos del academicismo. En el prólogo a “Alemania contra el mundo” ha expuesto genialmente su criterio sobre el arte, fulminando a los literatoides, femeniles tejedores de frágiles encajes con palabras bonitas. El ritmo de su poesía es siempre rotundo y resonante como un batir de yunques, como un martilleo de forja, como un redoble marcial. Es, sin embargo, a veces, musical y cristalino, como en las “Milongas”; religioso y solemne, cual música sagrada en “Confíteor Deo”, “Gimió cien veces” y en el rugiente y doloroso “Trémolo”; o restallante y zigzagueante, como látigo y centella, en el magnífico “Apóstrofe”. Esta última poesía, sobre todo, que ha despertado la ira y la indignación de los mediocres (I) por las palabras violentas y apasionadas que contiene y la forma original en que está escrita, es la más bella que, como forma poética y contenido ideológico y moral, existe en la literatura castellana. (A pesar de que el señor Rafael Alberto Arrieta la considere tan defectuosa, y el señor Alberto Mendióroz juzgue que ni merece el nombre de poesía). Libre de toda rima y de métrica uniformidad, sin más elemento poético que el ritmo, la acentuación trisilábica sobre la cual está compuesta, y que le da un vigor y agilidad marcial, y una solemnidad imprecatoria y un Ímpetu iracundo que tal vez no podría alcanzarse en ningún otro idioma y que con seguridad no podría haber expresado ningún otro poeta, constituye el ejemplo más típico y más alto de poesía libre; y conserva a la vez los caracteres esenciales del verso tanto o más que la poesía más armoniosa. Recorre allí el poeta todas las formas y matices del sentimiento: ora impreca indignado, apostrofa, maldice y fulmina; ora se apiada y conmueve y gime enternecido; ora canta melodioso como un arpa y se lamenta nostálgico ante la horrenda desolación, o hace estallar su desprecio formidable sobre este mundo efímero; y termina sepultando en los infiernos para eternamente y en la sola compañía de Satán, al autor del espantable, universal fratricidio. Ningún otro poeta que Almafuerte ha podido escribir una poesía que por su arte y su sentimiento y su violencia intensísima haya estado a la altura de la infernal tragedia presente, abarcando y superando por sublimidad moral, el espectáculo horrendo, apocalíptico y repugnante del salvajismo desenfrenado y triunfador. Pero ese ímpetu, esa furia, la energía colosal que representa y que late y refulge de igual modo en todas las poesías fundamentales de Almafuerte —en el magnifico “Dios te salve”, en la vasta “Inmortal”, en el gigantesco “Misionero”, en “La sombra de la patria”— es algo que ofende profundamente a los pobres literatos academicistas, eunucos del sentimiento, a las insignes y oscuras medianías, que ofician de pontífices sacramentales y que según es fama, han llegado en su ridículo heroísmo de analfabetos espirituales, y en su calidad de catedráticos, a “suspender” a sus alumnos por citar a Almafuerte en los exámenes, o por considerarle un gran poeta. Para tales señores representantes de la literatura oficial vamos a reproducir — ya que no admiten ellos otra autoridad que la de los nombres consagrados —este párrafo de Víctor Hugo, en el cual hallarán sintetizadas sus objeciones contra Almafuerte, y donde tal vez se sientan aludidos: “Los genios, los espíritus como Esquilo, como Isaías, como Juvenal, como el Dante y como Shakespeare, son seres imperativos, tumultuosos, violentos, furiosos, extremados, jinetes en caballos alados, seres “exagerados”, que “pasan de raya”, proponiéndose un fin propio, que “exceden los límites”, caminando a pasos, que, por lo grandes, son escandalosos, saltando bruscamente de una idea a otra, y del polo Norte al polo Sur, recorriendo el cielo en un momento, poco clementes con los que tienen cortos alientos, agitados por todos los vientos del espacio, y al mismo tiempo seguros en los saltos que dan sobre el abismo, indóciles con los Aristarcos, refractarios a la retórica oficial, ásperos con los literatos asmáticos, rebeldes a la higiene académica, y seres, en suma, que prefieren la espuma del Pegaso a la leche de burra. Los bravos pedantes son tan bondadosos, que les tienen lástima. La ascensión provoca la idea de caída. Los paralíticos piadosos tienen compasión de Shakespeare. ¡Está loco! ¡Sube demasiado alto!  La muchedumbre de pedantes se atonta y se incomoda; Esquilo y el Dante obligan a cerrar los ojos a estos críticos. ¡Esquilo está perdido! ¡El Dante va a caer ! Remóntase un dios y estas gentes exclaman : “¡Que te rompes la crisma!”


(I) Véase una nota al final del número extraordinario de la revista "Nosotros" consagrado en homenaje a Rubén Darío, con motivo de su muerte. Y en cuanto al concepto que tienen de Almafuerte los críticos de "Nosotros", léanse los artículos zoilescos de Roberto F. Giusti, ese campeón insigne de la mediocridad pontificante. Es de notar que "Nosotros" publicó un extraordinario a la muerte de Darío y otro a la de Rodó, y cuando murió Almafuerte sólo le consagraron un artículo en el que
juzgaban su obra despectivamente. 


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ALMAFUERTE EL POETA (CAP 11 Y 12: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

Busto de Pedro Bonifacio Palacios (Poeta Almafuerte)

ALMAFUERTE EL POETA (CAP 11 Y 12: Detalles de la personalidad de Pedro B. Palacios, por Antonio Herrero)

CAPÍTULO 11: LA REALIDAD Y EL IDEAL

Almafuerte conocía la realidad plenamente. No había en él nada de ciego, ni de iluso. Aceptaba la existencia en su aspecto más duro y más cruel, a pesar de la distancia casi infinita que había entre ésta y sus ideales. Así estos ideales no eran el sueño rosado de un espíritu cándido e ingenuo, que, obstinado en sus quimeras se empeña en cerrar los ojos a las hoscas realidades. Más hondamente que nadie penetró él en dichas realidades, que, sin embargo, no aminoraban su idealismo, porque éste era una suprema aspiración de su alma hercúlea que bajaba a los antros más siniestros para volver con los puños cargados de verdades que arrojaba iracundo al impasible rostro de los poderosos y contra el alma pétrea del indiferente. Por eso la realidad era para él una fuente de infinitos sufrimientos que mantenían constantemente su corazón inflamado y candente como un ascua. Si en algunos momentos parecía feliz era porque su afecto desbordaba ante cualquier impresión grata y amable. Mas su ambiente natural era el dolor, la tensión interior y la violencia. Esto es lo que le daba fama de loco y apartaba de su lado a las gentes normales que no podian comprender aquella dolorosa exasperación. Para explicarse, no obstante, su dolor y su violencia bastará recordar la observación de Poe de que la irritabilidad de los poetas proviene de que tienen una percepción muy clara de lo bello y por consecuencia de lo feo, de lo verdadero, de lo falso, de lo justo y de lo injusto; según él, quien no es irritable no es poeta; también está explicado su dolor por la profunda observación de Lacuria en “Les harmonies de l’étre” “Iva dicha es una ecuación o una armonía perfecta entre el ideal y la realidad, y el ideal es todo aquello que puede concebir la inteligencia. Los que menos sufren sobre la tierra son aquellos cuyo ideal es más limitado; los que ponen muy alto su ideal, padecen infinitos sufrimientos morales”. A pesar de su intenso padecer, Almafuerte no fue nunca un amargado, aunque a veces sus palabras semejasen flechas envenenadas. Conservaba la frescura, el candoroso optimismo y la expansiva cordialidad de un niño amoroso y bueno. Ello se debió, ante todo, a que en su espíritu y su vida no separó jamás la realidad del ideal. El vivió plenamente la realidad total de sus ideas, de sus conceptos morales, que practicaba aún más que predicarlos. En él no había dos hombres como ocurre casi en todos los humanos y más aún entre escritores y moralistas : uno el que piensa y escribe, o el que predica o proclama, y otro el que vive y actúa. El era un hombre entero, de una pieza, sin dualidad ni reserva alguna. Constituye esto en su vida un mérito esencial, que le alza por encima de los tiempos y de los más grandes hombres. La vida está compuesta, principalmente, de dos principios opuestos que eternamente luchan entre sí disputándose el dominio de los seres : la carne y el espíritu, la realidad y el ensueño, el más allá y el presente, la pasión y la razón. Todos los hombres, también, están formados de una doble personalidad, correspondiente a estos dos principios, aun cuando en algunos prevalezca el ideal y en los demás los sentidos. Su vida está dividida entre las dos corrientes opuestas, y alternativamente se entregan al predominio del espíritu, o se dejan arrastrar por la fuerza sensual de sus pasiones. Pero en los héroes morales, en los genios más altos, y figuradamente en los dioses, la naturaleza se unifica, fúndense en una sola las dos tendencias y el alma vive a la vez lo ideal y lo real; el corazón quema sus pasiones y se divinizan los sentidos; la carne se espiritualiza y el espíritu se torna realidad. De este modo, las ideas eternas que en todos los tiempos flotan por encima de los hombres, en remotas lejanías inalcanzables, se convierten por obra de estos genios en un hecho viviente, en una llama clarísima y real, en una chispa divina que habita un cuerpo humano. Entonces se detiene de repente el correr velocísimo del tiempo, y alrededor de este hombre. hácese como un remanso de eternidad. Tal sucedió con Budha, con Jesús y con Sócrates. Este es el mismo milagro que Almafuerte revivió y actualizó. En Almafuerte no había intereses, ni fines, ni deseos accidentales. Todo él estaba animado de intereses y propósitos eternos. Sus amores y sus odios, sus anhelos e ideas pertenecían a la inmortalidad. En él no alentaba un hombre sino toda una raza, no hablaba un solo individuo sino el Ser. Era la naturaleza transformada en espíritu humano. Los que odiaban a Almafuerte encarnaban las pasiones de los jueces de Sócrates y de las turbas que pedían el sacrificio de Jesús. Los pocos que le amaban y le seguían encarnaban también los altos sentimientos en que se inspiraron los discípulos del nazareno y del filósofo. Repitióse, pues, con Almafuerte, en los arrabales de La Plata la eterna, y áurea, y lamentable historia de Atenas y Galilea. Sólo que ahora los tiempos han cambiado. Estamos en América la libre y por tanto este profeta se libró del cruento sacrificio; mas fué, no obstante, inmolado en cada día de su existencia por la siniestra y sombría conjuración del silencio y por la solapada indiferencia olímpica de los Zoilos consagrados.  

CAPÍTULO 12:  LA MORAL DE ALMAFUERTE 


El sentido moral es el solo centro y eje alrededor del cual gira toda la obra de Almafuerte. Las evangélicas constituyen un evangelio moral para el hombre moderno y sus poesías son la anunciación de las más altas leyes morales, que jamás habían sido proclamadas tan rotunda y elevadamente.  Porque Almafuerte nunca escribió por pasatiempo, ni con fines lucrativos, ni en calidad de artista o literato. Escribía solamente cuando le apremiaba la necesidad interior de expresar una ley moral, de revelar un problema, un hecho del espíritu. Así, toda su obra es sólida y definitiva, de un máximo valor ideológico. Cada poesía representa un aspecto culminante de la evolución interna, de la evolución moral ; y cada evangélica es un conjunto de sintéticas, originales y profundas enseñanzas. Su obra es dogmática, afirmativa y rotunda, pero no es pontifical ni circunscripta. El no cierra los límites del horizonte humano, sino los ensancha y los aleja. Posee, como nadie más, el que llamó Laforgue sexto sentido, o sea el sentido de lo infinito. No se apoya en la autoridad exterior de una creencia, o de un dogma, sino en la autoridad de su conciencia propia, de su firme sentido moral y de su honda intuición. No se dirige tampoco al cerebro del hombre, sino, sobre todo, a su alma, a su conciencia, a su personalidad total, que él procura exaltar y desenvolver, elevándola al más puro idealismo, pero sin salirse de la realidad. Su palabra es una fuerza envolvente y ascendente que vigoriza y eleva al hombre. La moral que él enseña y practica no es jamás la moral clásica, hecha de prohibiciones y preceptos negativos, de carácter restrictivo y formalista, que atrofia al individuo y paraliza el alma, inmovilizando los resortes motrices del espíritu. Es, por el contrario, una moral afirmativa, áspera y bravía como el mal, y fragante y delicada cual la inocencia y el bien. Se dirige a las fuerzas interiores y las impulsa y despierta para que tomen el predominio y la dirección sobre las fuerzas externas y los instintos inconscientes. El dice, en sustancia, al hombre : Ante todo, sé tu mismo ; ten el valor de tu sinceridad ; ya sea en el mal o en el bien; yérguete sobre tu propia personalidad. “Satán tiene una virtud que es su cinismo”. Afirma y constituye tu carácter; hazte cuenta que eres solo en el universo y con tus únicas energías tienes que luchar contra todo el resto de los seres y las fuerzas naturales. No te entregues confiado jamás a nada ni en nadie. “Aunque residas entre alienados, calcula; aunque vivas entre mujeres, teme; aunque duermas entre niños, vigila. Hasta los lobos reposan entre los lobos; pero tú no duermas tranquilo — ¡«o! ¡nunca! — ni sobre el corazón de tu propio hijo; nada te ama”. Trata de ser independiente. “Sé grande en miniatura, reposa sobre ti mismo. Manéjate de manera que nadie pueda exigirte fidelidad. Esquiva la dirección extraña como a una mutilación vergonzosa; y la ocasión de la gratitud como a una cadena, como a una argolla de hierro en la ternilla de la nariz. Haz todos los sacrificios imaginables a fin de que no te veas alguna vez en la espantosa necesidad de devorar tu misma persona moral, en el pan de cada día. “Erígete señor de algo: impera, aunque más no sea, sobre tu propia insignificancia cerebral y sobre tu propio estómago hambriento. Un instante de pie sobre la propia miseria, vale toda una vida de hartura, arrastrada sobre las rodillas. “Tener carácter en el sentido social de este vocablo, es tener en sí mismo soberanía bastante para subordinar las circunstancias ambientes, o por lo menos, para resistirlas con éxito. Los fuertes, los indomables, los irreductibles, tienen un locatario siempre vigilante dentro de sus pechos que replica sin intimidarse nunca, cada vez que llaman a su puerta. Los que carecen de ese guardián han deja do de ser hombres; o, mejor dicho: no han llegado a serlo. “Marchar por entre estoques que amenazan y no claudicar; por entre manoseos voluptuosos y no olvidarse de sí mismo por entre cabezas que se agachan y no erguirse más altanero; por entre frentes soberanas y no agacharse... ¡eso es tener carácter! “Subir, ascender, prosperar, en el mejor sentido de las palabras, no es encaramarse en los sitios más visibles como los gatos en las chimeneas. Subir es evolucionar; evolucionar es desbestializarse; desbestializarse es adquirir la prerrogativa de ser creído y ser seguido; asumir el derecho del mando, que es el más alto de los derechos porque es el que impone más deberes. “Que sirvas de algo, que produzcas algo, que dejes el recuerdo de algo ; los árboles que no dan fruto o que no dan madera o que no dan leña son inferiores a las patatas. “Refiere todos tus actos al bien ageno, pero muy pocos de ellos al juicio ageno. Sé prudente, discreto y conciliador, pero no tanto que reniegues de tí mismo. No tengas el afán de parecer sino el afán de ser. No rehuyas el dolor. “No seas ciudadano correcto e inofensivo; sé hombre útil y azotador de inútiles y perjudiciales. Lucha contra tus propias imperfecciones, que no son nada más que las imperfecciones de todos, para que surja al cabo de los tiempos, el hombre perfecto, la humanidad luz. “Haz lo que mejor te parezca si quieres hacer lo que debes; y haciéndolo asi no tiembles. Aquel que no siente el orgullo de si mismo todos los días y después de cada una de sus acciones, ya no es antes de dejar de ser, no ha sido nunca. “La solidaridad humana es tan necesaria para cada individuo como la gravitación universal para cada uno de los astros. La naturaleza culmina en el ser humano más que en los astros, se manifiesta dentro de él cada vez más armoniosa y más ideal. “Como se ejercitan y desenvuelven metódicamente los órganos materiales y las facultades psíquicas, sin olvidar ni una sola fibra ni menospreciar una sola célula, así, también, deben ser cultivados y ordenados en series los sentimientos en el corazón del hombre; todos ellos son indispensables para el fin individual y para el bien general, que es el Progreso. La verdadera moral, el perfecto estado de moralidad es el equilibrio de la totalidad de los sentimientos, la posesión de todos ellos, y el uso de cada uno, en su oportunidad misma y para su solo objeto. “Educa y regimenta los sentimientos con que hayan nacido tus hijos, de una manera integral: y serás un buen padre”. Tal es lo culminante de sus enseñanzas, extraídas de sus evangélicas. Pero donde se contienen sus ideas más eminentes y sus conceptos más profundos, es en las poesías, que no pueden extractarse por la intensidad de todas ellas; y es allí, sobre todo, donde se muestra como una cumbre su espíritu idealista y filosófico y su vasta alma integral.

AQUELLOS VERSOS ( Poema de amor de Juan Arrestía)

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AQUELLOS VERSOS


I

Recuerdas aquel verso
romántico, que un día
con ansias en tus manos
bailando yo dejé.
Tal vez lo hayas quemado
y ya no lo recuerdas,
tal vez aún lo recuerdes
quizás me equivoqué.
Tus quince primaveras,
un año te llevaba,
entonces yo tenía
tan sólo dieciseis,
qué hermosos parecieron
aquellos versos míos
que esa noche mi vida
bailando te entregué.

II

Recuerdo te alejaste
y en un rincón solita
leíste febrilmente
el verso que te di;
y cuando regresaste
qué linda tu carita,
qué hondo aquel suspiro
cuando dijiste "sí".
Desde esa noche fuimos
el uno para el otro,
nada nos separaba,
un solo corazón.
El mundo no importaba
solamente nosotros,
qué bello paraíso
vivimos de pasión.

III

Veredas silenciosas
contaron nuestros pasos,
cien lunas en las noches
nos miraron besar.
Qué obscuro estaba el cielo,
¿te acuerdas, vida mía,
cuando vos me dijiste
"no nos veremos más"?
Jamás yo te he culpado,
jamás, nunca, mi vida.
Comprendo mi fracaso
pues nada te ofrecí.
Yo sigo haciendo versos,
eterna es mi bohemia
y en ellos los recuerdos,
mi amor, están en ti.

Juan Arrestía.

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