21 de febrero de 2007

EL CALABOZO


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EL CALABOZO


Calabozo, calabozo,
experiencia inolvidable,
por algo te llaman "El Pozo"
y me impides que yo hable.
Y yo allí dentro y solo
sigo cantando y cantando
para no volverme loco.
El tiempo sigo esperando
que pase pronto y en tanto
para ir al baño pido permiso
y me dan de comer sopa y guiso.

Calabozo, calabozo,
no sos un lugar hermoso
en tus cuatro paredes habito,
lloro, río, callo y grito.
Meditando, meditando,
preguntándome ¿hasta cuándo?
Escribo poesías, mientras tanto
el clima me sigue helando,
esperando y esperando,
que el tiempo pase, volando,
aguardando un largo año.

Calabozo, calabozo,
fuente de tristeza y gozo
brote de alegrías y penas
mientras espero venga mi condena.
Recuerdos que llegan a mi mente,
del pasado, que ya no vuelve,
mientras de sobrevivir trato
debiendo aguantar el maltrato,
afrontando cualquier daño.
Por eso calabozo, te quiero preguntar:
¿Hasta cuándo seguirás siendo “mi lugar”?

© Rubén B. Sada. (01/08/1979)
Escrito el 01-08-1979 desde dentro del calabozo, con letras de 1 mm de altura, y sacado de allí clandestinamente, ya que los militares me tenían incomunicado.El original se halla en mi poder.

Algunos detalles de mi historia en prisión:

A los 18 años de edad fui detenido durante 3 años y cuatro meses por negarme a rendir el servicio militar obligatorio, (argumentando la objeción de conciencia) en medio de los preparativos para lo que sería la guerra contra Chile por las 3 islas del Canal de Beagle, y como consecuencia de la incorporación al Servicio Militar. Corría el año 1979. El 30 de mayo fui trasladado a Comodoro Rivadavia, Chubut, donde me encerraron en un calabozo de 1mt x 2 mts, con el objetivo de doblegar mi voluntad y violentar mi conciencia. Pasé el término de 1 año completo encerrado en dicho calabozo, en la “Compañía de Comunicaciones 9” situada en Ruta 3 Km 3 de Comodoro Rivadavia, prov. de Chubut, al cual le escribí esta poesía a mediados de 1979.

El pequeño ventiluz de mi calabozo puede verse como un rectángulo chiquito
en el borde extremo derecho de esta fotografía, tomada en 1980 in situ. Fue la única
comunicación que tuve con el exterior durante un corto tiempo, hasta que
luego me la taparon con un chapón para impedir la entrada de luz natural durante 9 meses más.
El motivo: Me negué a concurrir a la guerra contra el país de Chile por el conflicto del Canal de Beagle, que se estaba gestando y todavía se hallaba vigente en ese momento, rehusándome a rendir servicio militar obligatorio, como objetante de conciencia, además negándome a vestir el uniforme de soldado, a empuñar las armas militares, y a recibir entrenamiento para matar a otro ser humano, por considerar la guerra injusta, y además creer en Dios, en la paz del mundo, y en la santidad de la vida humana. Entre los métodos de violencia y lavado de cerebro empleados por los oficiales y suboficiales militares de la Compañía de Comunicaciones 9 contra mí, para forzarme a deponer mi actitud, y obligarme a empuñar las armas de guerra, y vestir el uniforme militar para identificarme como un soldado, estuvieron éstos:
  • – Encerrarme en un calabozo de 1 metro por 2 metros, sin ninguna conexión al exterior.
  • – Pasé 35 noches (del año completo en que estuve en el calabozo) durmiendo en el piso, sin colchón ni frazada en pleno invierno de 1979, pues según los militares, las frazadas eran solo para los que ofrendarían sus vidas “por la patria”. (La temperatura en Comodoro Rivadavia, Chubut, era en promedio de 1 a 10 grados centígrados bajo cero de sensación térmica, en junio hasta septiembre de 1979, con ráfagas de viento promedios de hasta 200 km/h en la intemperie.) VER HISTÓRICO DE TEMPERATURAS EN COMODORO RIVADAVIA 1979.
  • – Se me negó en forma sistemática la comida, es decir, me colocaban aditivos como pimienta o sal gruesa en cantidad, para que no se pudiera comer. Casi siempre me servían los alimentos en el piso, luego de cuatro o cinco horas de despachar el rancho, negándome el derecho a un plato, y con el argumento de que “el plato es para los soldados” por tener abajo el sello del Ejército Argentino.
  • – Se me negaba la salida al baño por días enteros, y yo debía hacer mis necesidades fisiológicas en el mismo piso del calabozo, donde vivía, convirtiendo al lugar en un sitio antihigiénico, con el argumento de que “el baño es solo para soldados”. Luego, no podía ni sentarme en el piso hasta que “se escurra”. Allí mismo en dicho piso me servían la comida.
  • – Se me quitaron las cartas de mis seres queridos y no se me permitía escribir ninguna carta a mis familiares, que estaban en Buenos Aires, a 2000 Km de distancia, la incomunicación con el exterior debía ser total, prueba esta de los métodos de tortura de los que fui víctima, durante mi estadía en EL CALABOZO.
  Otros de los varios métodos de lavado de cerebro a los que fui sometido, era prohibirme la comunicación o habla con cualquier persona, pues me acusaban de querer convertir a otros a mis ideas, por lo que fui aislado completamente en el calabozo. Se me tapó la única ventana chiquita que daba al exterior con un chapón, para que no entre la luz del sol ni se pudieran ver, por ejemplo, los árboles frente a la ruta. Luego de transcurrido un año, recién el día que salí del calabozo, pude ver dichos paisajes naturales. Fui como un ciego que recuperó su visión. En el término de un año casi no tuve comunicación con otra persona, salvo los pocos momentos en que me dejaban ir al baño a bañarme (era aproximadamente una vez al mes).
  En el año que pasé en Comodoro Rivadavia la supervivencia fue difícil. Dependió casi de mi fe inquebrantable a Dios. Los cabos de guardia a los que daban la responsabilidad de cuidar “al preso” como me conocían, eran torturadores, a excepción de unos pocos, como el Sargento Primero Rubén Almada o el Principal Alejandro Pensino, que se compadecían de mí. El 2º jefe de la unidad militar mencionada se llamaba GABRIEL EDUARDO GONZALEZ SASS y era un militar muy conocido en la zona por su dureza y rigor. Y daba las órdenes de cómo se debía tratar “al preso”. Un sargento ayudante de apellido Schonfield, en una noche de borrachera, me partió una muela de un puñetazo. La orden que tenían era “persuadirme” a vestir el uniforme de soldado y empuñar las armas en la instrucción militar.
 En una de las primeras ocasiones en que me dio ganas de ir al baño a orinar, estaba el CABO MEDINA como jefe interino de la Guardia del Día, y llamé para ir al baño. Con el argumento de que “el baño es para los soldados” no me permitieron ir al mismo. Como hacía mucho frío tuve que orinar allí en el piso del calabozo. Cuando el olor llegó a la oficina del mencionado Jefe de guardia, éste se enfureció, vino acompañado de un soldado de guardia, y apuntándome con un Fusil FAL en la cabeza, me obligó a beberme el orín del piso, y tuve que hacerlo por temor a que se enfureciera más y tomara represalias aún peores. En otras ocasiones los jefes de guardia interinos se emborrachaban con whisky para soportar los rigores del frío y pasar sus duras noches en la guardia, y venían a presionarme casi todas las noches con amenazas de muerte por la espalda, en estado de ebriedad o altamente alcoholizados, por lo que yo debía permanecer callado y tranquilo para no alterar más sus nervios. Otras ocasiones fui sacado a la intemperie a las 2 o 3 de la mañana, y en la fría y ventosa noche chubutense y con dos soldados apuntándome con su FAL, fui obligado a picar con un pico un sector de tierra árida en el que (según me comentaron luego) plantarían césped. Difícilmente crecería allí en esa tierra arcillosa (casi piedra) el césped. Lo hacían para castigarme y pasar parte de las madrugadas a la intemperie y en medio de la absoluta oscuridad nocturna y aguantando el furioso viento helado patagónico. Solo pude ver las estrellas, que eran mi único entretenimiento. Debía seguir picando. Mis manos pronto se plagaron de llagas hasta el punto de sangrar, debido a los rigores del frío y sequedad en la piel.
Finalmente, en Junio de 1980, fui trasladado esposado hasta la Prisión Militar de Encausados de Campo de Mayo, para cumplir parte de la condena. Allí me crucé con otros convictos que tenían la misma fe que yo. En la Prisión de Campo de Mayo, trabajé los primeros cuatro meses en el Horno de Ladrillos del Mayor PEREZ, preparando la mezcla para moldear ladrillos que consistía en tierra y agua, y pedacitos de cuero que traían de las curtiembres, denominados “guano” con el que llenaba un pisadero en el que esta preparación se mezclaba. Luego esta preparación se vertía en moldes con la forma de ladrillos, que se dejaban secar un día en el sol. Cuando el bloque estaba duro, lo apilábamos y formábamos una pila, a veces denominada “horno” que poseía en la parte inferior unos túneles denominados “hornallas” en los que se agregaba leña, y luego este “horno” se quemaba, por completo durante mas de 1 día, hasta que se enfriaba, produciendo así la cocción de los ladrillos, que eran vendidos fuera del circuito militar, por el mayor PEREZ, para recaudar fondos. Luego de los cuatro meses mencionados, y como consecuencia de respirar demasiado humo y hollín de los citados hornos de ladrillos, sufrí varios ataques de asma bronquial alérgica, debiendo ser internado en la enfermería de la Prisión. Allí pasé una semana casi de terror, conviviendo con toda clase de insectos y cucarachas que pululaban en mi cabeza en las noches. Recuerdo que en esa semana internado, una vez fui a orinar en el inodoro de la enfermería, cuando una rata se subió a mi pierna mientras yo orinaba, y trepó hasta meterse por el agujero del inodoro, desapareciendo sin rumbo por el caño del mismo.
  • En junio de 1981, me trasladaron nuevamente, a la PRISIÓN MILITAR DE MAGDALENA, Provincia de Buenos Aires, para cumplir el final de la condena de tres años y un mes de prisión mayor, caratulada: “Sada, Rubén  Benjamín, por Insubordinación a las Fuerzas Armadas”.
 Allí en la prisión de Magdalena, cuando entré, fui destinado a tareas de mantenimiento del jardín, cortado del césped, punteado de tierra para abonarla, cuidado de plantas, cortado de árboles, etc, pero mi condición de salud empeoraba a causa del asma bronquial que sufría, debiendo internarme nuevamente en la enfermería, y ser inyectado frecuentemente con corticoides del tipo “Dúo Decadrón” para calmar mis crisis asmáticas que venían en forma frecuente, debido al esfuerzo físico producido por las tareas de mantenimiento del jardín. Era pleno invierno de 1981. Por eso, desde allí, hablé por teléfono con mi “ex-jefe” de Finanzas el ascendido a Capitán ALVAREZ NAVERÁN de Campo de Mayo, pidiéndole que me recomendara para trabajar en el departamento de finanzas de la Prisión de Magdalena. El Capitán tenía un buen recuerdo mío. Le pedí que intercediera ante el jefe de Finanzas de la Prisión de Magdalena, el Capitán CLARENS, a lo que para sorpresa mía, accedió, enviando una carta de recomendación con mi nombre, al Capitán CLARENS, y al Jefe de la Unidad de Magdalena, el entonces Teniente Coronel EDUARDO HORACIO CASAÑAS ( LE: 5.804.671 ). Ambos me entrevistaron y me citaron a trabajar en el departamento de Finanzas de Magdalena. Así pude terminar de cumplir mi condena sin demasiados problemas de salud, trabajando en un sitio cubierto y sin demasiado esfuerzo físico.



 Salí en libertad el 22/09/1982.
 – RUBÉN BENJAMÍN SADA. –
 
Rubén B. Sada entre compañeros de prisión en el Instituto Penal de las Fuerzas Armadas, Magdalena, en 1982. (fila del medio, a la derecha, detrás de Héctor Ramón Lescano).





 Cita Textual de JORGE LUIS BORGES:
 “En tiempos de guerra la gente se vuelve loca… Los gobiernos alientan la locura. Si uno no está loco, puede ser considerado traidor.”
Palabras pronunciadas por el poeta JORGE LUIS BORGES el 11 de Junio de 1982

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